Lonzo Ball está sufriendo uno de los mayores calvarios que se recuerdan en la NBA durante los últimos años. La semana pasada, los Bulls anunciaban que el base californiano se vería obligado a operarse por tercera vez (en un período de 14 meses) de su rodilla izquierda para intentar dejar atrás la lesión que le ha tenido alejado de las pistas desde enero de 2020.

Inicialmente, la dolencia de Ball era calificada como un desgarro menor en su menisco que lo tendría de baja dos meses a lo sumo, pero, con el paso de los meses, la recuperación del número dos del draft de 2017 se ha ido complicando cada vez más.

Durante el último año, los indicios para la vuelta del de Chino Hills han sido prácticamente nulos. Si bien se esperaba que el base retornase a tiempo para disputar el último fragmento de la presente campaña, las pocas veces que se ha mencionado su estado de salud de cara al público han sido para informar de un retraso en su rehabilitación o dar declaraciones poco esperanzadoras.

El propio base afirmó a finales de septiembre que no podía correr o saltar y, llegado diciembre, su entrenador, Billy Donovan, comentaba que su proceso de recuperación estaba siendo muy lento.

Desde entonces, las noticias sobre el mayor de los Ball fueron prácticamente inexistentes hasta que, hace escasos días, se rompió el silencio: se confirmaba que el base titular de los Bulls se sometería a un trasplante de cartílago, cuya recuperación lo descartaba de forma rotunda para lo que queda de temporada y, probablemente, para toda la siguiente.

Una carretera llena de baches: el viaje de Lonzo Ball:

Si nos remontamos en el tiempo, la carrera de Lonzo Ball ha sido una travesía muy accidentada: cambios de equipo, lesiones y la presión de los medios (que lo han perseguido durante toda su carrera profesional y también antes) han complicado lo que podría haber sido una adaptación rápida y sencilla a la liga para uno de los proyectos de jugador más emocionantes (en su momento) desde LeBron James.

Durante su etapa en el instituto, Lonzo se convertiría en uno de los adolescentes más famosos del planeta gracias a las increíbles exhibiciones de baloncesto de alto ritmo que mostró junto a sus dos hermanos, lo que le valió para ser firmado por UCLA y para ser uno de los cuatro mejores jugadores de su clase de draft. Desde muy joven, mostraba capacidades de organización de juego extraordinarias que lo separaban del resto, además de buenas aptitudes atléticas, gran madurez para su edad y un lanzamiento letal desde la larga distancia.

Una vez llegó a la universidad y cada vez más cerca de aterrizar en la NBA, los medios comenzaban a hacerse eco de la superestrella de los Bruins. Ball lideró a su «alma mater» manteniendo el buen juego de su etapa de secundaria, promediando alrededor de 15 tantos y 8 asistencias por partido con muy buenos números de eficiencia. Si bien no pudo lograr un campeonato como la corona estatal lograda el año anterior con Chino Hills, dejó muy buen recuerdo en un programa como el de UCLA que ha dado a jugadores de la talla de Kareem Abdul-Jabbar.

Recién terminada su etapa en la NCAA, Lonzo se presentaría al draft de 2017, donde sería escogido por el equipo de sus amores, Los Ángeles Lakers, con la segunda elección de la noche. Sin embargo, su etapa con los angelinos dejaría mucho que desear. Al contrario de lo que promulgaba su padre Lavar Ball y esperaba el gran Earvin “Magic” Johnson, no parece que la camiseta del joven base vaya a acabar retirada en lo alto del Crypto.com Arena (como recientemente se ha visto con Pau Gasol).

Dos temporadas en los Lakers sirvieron para ver destellos de calidad (sobre todo a nivel defensivo y de playmaking) por parte de Lonzo. Sin embargo, la constante crítica de su heterodoxa mecánica de tiro, una más que aparente pérdida de confianza y la urgencia por competir tras la llegada de LeBron James fueron suficiente para enviarlo a los Pelicans a cambio de Anthony Davis.

Tras el traspaso, parecía que la situación era inmejorable para Ball. En Nueva Orleans compartiría vestuario con Zion Williamson y se reencontraría con Brandon Ingram, ambos anotadores muy capaces que se verían beneficiados directamente de un ataque dirigido por la batuta de Ball. Además, se alejaba de las luces y el ambiente mediático de Hollywood para verse inmerso en una atmósfera de mercado pequeño, el escenario idóneo para recuperar la confianza.

Desafortunadamente para el californiano, las cosas no fueron tan sencillas como parecían. Durante su primer año en Luisiana, a Ball le costó encadenar partidos por problemas de salud, como también le pasaría al que debía de ser su mayor aliado en la cancha, Williamson. Ambos jugaron pocos partidos juntos, y, aunque funcionaron bien, no terminaron de afianzarse como un dúo consolidado.

En su primer verano en NOLA, el base trabajó mucho en su mecánica de tiro, volviéndose un arma fiable desde la línea de tres puntos. De esta manera, pudo sobrevivir durante el curso siguiente en el sistema de Stan Van Gundy, que le colocaba como un portador secundario del balón y un lanzador de catch and shoot. En esa temporada, se consolidaría también como uno de los mejores defensores de perímetro de toda la liga.

A pesar de la clara mejoría en su juego y el recobro de la confianza en sí mismo, estaba claro que el sistema de los Pelicans no era para Lonzo, cuyas virtudes no terminaban de lucir relegándolo a cumplir como un muy buen jugador de rol. Sus promedios de 15 puntos y 6 asistencias no serían suficientes para que el equipo de Luisiana se plantease renovarlo, dejándolo marchar a Chicago en la agencia libre de 2021.

Por enésima vez y, en esta ocasión, con más argumentos que nunca, parecía que era el momento de explotar para Ball, que contaría con dos máquinas de anotar como Zach Lavine y DeMar Derozan para sacar a relucir sus brillantes pases. Y una vez más, todo se vino abajo: tras 35 partidos con la camiseta de los Bulls, Lonzo caería lesionado en uno de los mejores momentos de su breve carrera.

Hasta ahora no ha logrado levantarse, y no es que los precedentes sean especialmente esperanzadores, las constantes recaídas no dejan indiferente a nadie e invitan al pesimismo. Sería una verdadera pena que las lesiones nos privasen de un jugador con potencial para ser uno de los herederos de la concepción del pass-first guard que tanto escasea en la NBA de hoy en día.

Muchos años después del hype, no se espera que Ball llegue a ser un Steve Nash o un Jason Kidd (si bien el canadiense explotó tarde en su carrera), aunque uno siempre puede soñar con que alcance al menos parte de las expectativas que se le adjudicaban hace no tanto.

Lo que sí se aguarda con ganas es un retorno a la pista que llegará tarde y, seguramente, será su última gran oportunidad de demostrar que puede ser algo especial en la liga. Veremos si a sus 25 años el físico le permite volver a ser el de antes o le lastra para convertirlo en una pieza secundaria. Si las lesiones le respetan, tengan por seguro que se volverá a hablar de Lonzo Ball.

Imagen principal: @chicagobulls.


En ELXIIDEAL tenemos una amplia oferta para insertar la publicidad de tu negocio en nuestra web y redes sociales.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí