Por fin, tras 16 años de trayectoria con la albiceleste, Messi ha levantado el título que más ansiaba y necesitaba para completar una carrera de 10, como lo que es. La conquista de Maracaná, el mismo escenario donde rozó la gloria en 2014 frente a Alemania, sirvió de redención para acabar con una espiral interminable de finales agónicas que siempre terminaban de la misma forma para, esta vez sí, coronarse en la cancha del eterno rival y conseguir lo que llevaba buscando toda su carera.
Messi, considerado por muchos como el mejor de la historia (el mejor jugador que yo he visto), arrastraba una maldición con su país que ni la cascada de títulos con el FC Barcelona ni los numerosos reconocimientos individuales que ha recibido en forma de balón de oro para certificar su grandeza podían borrar.
Argentina siempre era el lunar, el ‘pero’ de un jugador al que se le acusaba de ser uno distinto con la elástica azulgrana que con la albiceleste. La realidad es que Messi nunca se escondió y buscó la gloria con su país sin descanso afirmando que ese era su único y principal objetivo, levantar un título con su selección.
En todos los torneos en los que se quedó a las puertas se echó al equipo a la espalda y lideró a su país hacia el Olimpo del que, si repasamos cada una de las finales, otros no aprovecharon en el momento clave. Ni Messi fue nunca un pecho frío ni mereció tanto dolor y desprecio por acabar cayendo en cada uno de sus intentos.
16 años y cuatro finales después, la única crítica desproporcionada a la que los haters podían agarrarse para manchar la figura del 10 se ha esfumado. Ahora los amantes de este deporte, y por ende admiradores de su juego, estamos de enhorabuena.
Lo ha logrado a sus 34 años, con su futuro blaugrana en el aire y con Maradona presenciando su conquista desde el cielo, pero por fin el fútbol ha saldado una de sus deudas más injustas y le ha dado a Messi lo que tanto merecía.
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