Esta semana se cumplió un año de la noche de Anfield. Un partido que marcó al mundo del fútbol por ser el último con las gradas repletas de aficionados; a los Atléticos por sellar un pase mágico cuando todo parecía en contra; al periodismo porque el gran Michael Robinson narró por última vez desde la tribuna del templo ‘red’ hasta subir a los cielos para, meses después, ver al Liverpool ganar su ansiada Premier 20 años después. También fue la noche en la que Marcos Llorente no volvió a ser el mismo. Dicen que hay partidos que marcan carreras. La suya explotó con dos jugadas de exhibición ‘atlética’ con la que cambió su forma de juego.

La vida de Marcos Llorente ha cambiado en un año tanto como la del resto de la sociedad. El madrileño deambulaba por el fútbol sin encontrar su sitio, buscando asentarse en un puesto donde explotar sus cualidades técnicas y físicas. Pasó sus años de formación en la casa blanca (aunque en infantiles jugó en el Atleti) y el técnico que después no supo donde ubicarle, Zinedine Zidane, fue precisamente el que le hizo debutar en el Castilla en la temporada 2014-2015. Marcos era mediocentro puro, y una temporada en Vitoria empezó a vislumbrar sus condiciones para ejercer de jugador ‘box to box’ con el que condujo al Alavés a una final de Copa.

Llorente regresó al Madrid, pero no se hizo con la titularidad en su supuesta posición, la de pivote, en la que Casemiro era (y es) inamovible. Fue entonces cuando decidió salir y unirse al máximo rival, el Atlético del Cholo por 30 millones. En el Madrid lo consideraron una venta redonda al tratarse de un jugador ‘prescindible’ para el técnico francés. Nada más lejos de la realidad, Llorente tampoco impresionó al Cholo la primera vuelta, ni siquiera obtuvo su confianza. A los ojos del argentino, Llorente no transmitía la seguridad necesaria para jugar de pivote en un equipo de naturaleza conservadora, por lo que este se vio relegado al banquillo. Tenía capacidades de sobra, pero no rendía en la medular.

Simeone y Marcos Llorente
Simeone y Marcos Llorente tras el partido de Anfield.

Simeone supo ver lo que otros no y, tras detectar su potencia y explosión en los entrenamientos, se dio cuenta de que ese chico no jugaba de mediocentro, ese chico tenía que jugar más adelante. El día en el que aquello quedó demostrado marcó la carrera de un jugador que ya no volvió a ser el mismo. Marcos Llorente le dio el pase al Atlético frente al, por aquel entonces, invencible Liverpool, y a partir de entonces, previo parón, se convirtió en una pieza indiscutible en el esquema del Cholo, solo que ahora como extremo o delantero, donde mejor explota su derroche físico.

Llorente nunca dejó de trabajar y el Cholo supo encontrarle el sitio que nadie más le había contado. Llorente irrumpió en el momento y lugar más difícil de hacerlo y cambió la percepción de muchos aficionados que le castigaron al inicio por colgarle la etiqueta de ‘vikingo’. Él se ganó su protagonismo a base de trabajar y creer, muy a lo Cholo. Ahora no se concibe un Atlético sin él y, si los Rojiblancos ganan la liga, será gracias a los goles de Suárez y a las asistencias de Llorente. Él no dejó de creer y la suerte (El Cholo) le pilló trabajando.


«La vida es como el fútbol, al final la gente que trabaja siempre tiene premio«

Diego Pablo Simeone


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