«El nano ah-eh, el Nano ah-oh

No quiero a Barrichello, Schumacher ni al Button

Porque es el Nano quien llena a todos de ilusión

Cuando se sube en su Renault (Magic Alonso)».

Así reza una de las canciones más populares entre la sociedad española en estos últimos años, a pesar de ser publicada en 2005, y que este fin de semana ha sonado hasta la saciedad en cada uno de los hogares de este país.

Para que me vayáis conociendo un poco, nací en el año 2002 y, al parecer, pertenezco a un grupo demográfico que se denomina «Generación Z», lo que significa que he tenido la suerte de venir al mundo durante los años de mayor dominio español en el deporte.

Gracias a esto, pude presenciar, y recordar, la mayoría de hitos de los que todos los españoles hablaremos hasta el final de nuestros días: los campeonatos de la selección de fútbol (Eurocopa 2008, Mundial 2010 y Eurocopa 2012), los innumerables triunfos de ‘La Familia’ en el baloncesto (las platas olímpicas de Pekín y Londres contra Estados Unidos, los Campeonatos de Europa, el Mundial de 2019, etc.), Rafa Nadal y su dominio en la Philippe Chatrier, los hispanos en balonmano (Mundial de 2013 y bronce en Juegos Olímpicos y Campeonatos de Europa), Marc Márquez y la tiranía que instauró en Moto GP (6 mundiales). Y podría seguir hasta el infinito.

Además, en las categorías femeninas también existía una superioridad española, como se demostraba con el balonmano y sus «guerreras» (bronce en Londres 2012, medallas en campeonatos del mundo y de Europa), o en baloncesto (oros en los Europeos y platas en los mundiales y Juegos Olímpicos), además de la natación con Mireia Belmonte (oro en Juegos Olímpicos, Mundial y Europeos) e incluso en deportes con menos visibilidad como el kitesurf con Gisela Pulido (10 veces campeona del mundo) o el bádminton con Carolina Marín (oro en los Juegos Olímpicos, 3 oros en Mundiales y 6 en Europeos).

España dominaba en el deporte en todas sus facetas, y únicamente había una disciplina en el que mi mente sólo recordaba decepciones: la Fórmula 1.

Una España volcada con Fernando:

En esa época, toda España era «alonsista» o, mejor dicho, casi toda. Mis primeros recuerdos siguiendo el mundo del motor se basan en las derrotas de Fernando Alonso, que dolían a todo un país, excepto en mi casa.

Como bien comenté antes, yo nací en 2002, y por lo tanto, no pude disfrutar de los mundiales de 2005 y 2006. Mi memoria empieza a aparecer con imágenes del 2008, así que tampoco viví la decepción de Mclaren en el Mundial 2007, pero al ser la temporada anterior, escuchaba comentarios que empezaba a comprender y a guardar en mi mente.

Pronto me convertí en aficionado de la Fórmula 1, lo que en este país lleva de la mano ser «alonsista». Recuerdo bien el Mundial 2010 y su desenlace: Alonso pierde el Mundial en la última carrera por imposibilidad de adelantar a Petrov, el ruso más famoso y odiado en la historia de España por encima de Rasputín, Maria Sharapova, Putin o un Arshavin que fue la estrella que destruimos en la semifinal de nuestra segunda Eurocopa. Vitali Petrov sumió en la decepción y en la tristeza a todo un país.

Bueno, no todo el país, porque en mi casa mi propio padre era fan de Vettel y no tragaba a Fernando Alonso. Sacrilegio. Esto aún hoy provoca discusiones en mi casa. Alonso había perdido dos de esos últimos cuatro mundiales por un total de 5 puntos. Era imposible que el destino fuese más duro.

Pero sí, la situación siempre puede ser peor. Año tras año y carrera tras carrera la decepción iba en aumento y la posibilidad de un Alonso campeón parecía aún más imposible en mi mente. Esos domingos, viendo cómo su hijo se despegaba del televisor aumentando cada vez más su negatividad, aparecía mi madre y su dichosa frase «la esperanza es lo último que se pierde». A lo que yo pensaba, “Mamá, te quiero mucho, pero encuentra tu esa esperanza porque a mí ya no me queda”.

No había visto vencer al hombre que acercó la F1 a todo un país y al que todo el mundo consideraba un ganador. Cada año su coche era menos competitivo y en casa aumentaban los comentarios de «ves, no era tan bueno, si lo único que hace es quejarse de sus coches».

Poco a poco, iba marchándose ese mínimo de esperanza que mi madre me decía que nunca me debía faltar, pero el día que dejó la F1 en 2018, desapareció ese hilito de confianza que se encontraba en el fondo de mi ser. No es que no viese a Alonso ganar un Mundial, es que, siendo consciente de lo que era el deporte, casi no pude verlo competir.

“El Plan” fallido:

Fernando volvió de la mano de Alpine, y aun sabiendo que «El plan» era puro marketing, ese mini Brais interior decidió volver a tener algo de esperanza. Grave error. Por lo menos había aprendido a valorar las pequeñas cosas, esos duelos por la zona media que eran impensables en su última etapa en McLaren-Honda.

Pero llega la mitad de la temporada pasada y Alonso se ve obligado a firmar en el noveno equipo del campeonato, que a pesar de tener una gran inversión y un futuro que parecía prometedor, era simplemente eso, el penúltimo equipo a esas alturas. Adiós de nuevo a la más mínima ilusión.

Pero mi madre tenía razón, nunca debes perder la esperanza. Este fin de semana, en su primera carrera con Aston Martin, Fernando Alonso Díaz reavivó a todo el país ese deseo de poder verlo entre los mejores. Con el paso de los años, hemos aprendido a valorar lo mínimo, ya no necesitamos que luche por el Mundial de pilotos, sino que sólo queremos verlo competir.

El podio que consiguió este domingo en Bahréin se celebró más que muchas victorias en ese tramo entre 2005 y 2010. Este podio nos acaba de recordar que, si lo intentas y luchas por ello, las cosas pueden acabar lográndose (aunque sea más tarde de lo esperado).

Nos demuestra que Fernando Alonso sigue entre los mejores aunque tenga 41 años y nos da la oportunidad de valorar, incluso más, sus genialidades al ser conocedores de que ya se encuentra en el ocaso de su carrera. Nos enseña que es un competidor y que da igual su edad a la hora de subirse al coche. Es más, nos enseña que es un ganador, aunque no consiga la victoria.

El Nano nos enseña que mi madre, como todas las madres del mundo, siempre tiene la razón y nunca debemos perder la esperanza, y que Melendi nunca estuvo tan acertado como cuando escribió que «Fernando te queremos por solo una razón, coges un día negro y nos lo llenas de emoción».

Imagen principal: Edit José Manuel Calviño.


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