La destitución de Paco López demuestra, una vez más, lo injusto que puede llegar a ser el fútbol. Un día lideras un proyecto que devuelve la ilusión a toda una afición y al otro, tras una serie de malos resultados, estás en la calle. En este maravilloso deporte la memoria es corta; el presente y el futuro mandan. Eso sí, existen evidentes excepciones como la relación Cholo-Atleti o Cervera-Cádiz.
En parte es lógico. Si algo no funciona, se observa cierta tendencia negativa y el ambiente no es el mejor; se pierde el optimismo para pensar que el buen trabajo hecho en el pasado vaya a revertir la situación.
Sin embargo, en mi opinión, Paco López se había ganado un margen de confianza amplio. En 2018 tomó las riendas de un equipo anclado en una crisis deportiva y en las últimas tres campañas ha conseguido la permanencia de forma holgada. Como cualquier entrenador, ha cometido errores; pero se dejaba la vida para enmendarlos y lo lograba.
Si bien es cierto que poseía un dato alarmante: 16 encuentros sin ganar (las ocho jornadas disputadas hasta ahora, más las últimas ocho de la temporada pasada); la realidad es que hace un año Osasuna pasó por un momento similar y, al contrario que en el Ciutat de València, el club tuvo paciencia y creyó en Arrasate para sacarlo adelante. Así fue, decisión acertada.
Paco López impuso su filosofía y obtuvo la simbiosis entre equipo y afición. El Levante fue creciendo, la plantilla mejoró; pero la directiva no fue capaz de dar una paso más, marcar objetivos más ambiciosos y reforzar su trabajo para tratar de alcanzarlos. Ahora, es él quien paga todo y se marcha del club de su vida.
«Ha sido un orgullo formar parte de este club todos estos años. Considero esta mi casa. Es un día de agradecimiento por haberme dado esta oportunidad»
Paco López en su acto de despedida del Levante
¿Su adiós? A la altura del gran profesional que es. Se cierra un ciclo con una decisión injusta, pero con vistas al futuro. Y es que el fútbol no tiene memoria.