Nasser Al-Khelaifi ya tiene su partido. El PSG está en la final de la Liga de Campeones después de muchos batacazos, decepciones y fichajes millonarios. La razón de ser de la gestión de la cúpula parisina por fin cobra sentido. Están a 90 minutos de hacer historia.

El cuadro de Tuchel cuajó un buen encuentro frente al Leipzig, mucho más plácido que el anterior frente al Atalanta. Eso sí, el centro del campo parisino, mermado por la baja de Veratti, sigue desaparecido, pero ayer lo suplieron con una excelente presión en campo contrario que ahogó la salida de balón de los alemanes, incapaces de combinar como lo hicieron frente al Atlético. 

El abismo entre la línea defensiva y el tridente lo disimula Neymar, cumpliendo la función de enganche cada vez que baja a recibir para aclarar el panorama, porque Marquinhos las pelea todas pero tiene cero distribución, y ni Herrera ni Paredes son organizadores puros. Si Verratti llega a la final, la cosa cambiará mucho. 

Eso sí, una vez que el PSG traslada el esférico a los últimos 25 metros son imparables, incluso teniendo a sus dos estrellas negadas de cara a gol. Neymar y Mbappé se marchan de su marca a cada cambio de ritmo o finta, y Di María las pone donde quiere. Qué zurda. 

Nagelsmann ayer se vio superado, no encontró la forma de superar la presión colectiva del conjunto francés, más intenso en líneas generales. Dio la sensación de que el Leipzig no se lo creyó en ningún momento. Sabitzer y kampl estaban desbordados, Dani Olmo y Poulsen no recibían balones, y Gulácsi o Upamecano no lograban una salida de balón limpia. El PSG olió la sangre y aceptó sin desgastarse demasiado . Ahora ya esperan rival para su cita soñada. 

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