El Atlético prolonga su agonía en la Champions con otra noche para el olvido. El conjunto de Julian Nagelsmann sacó a relucir sus virtudes ofensivas con un movimiento rápido de pelota, impulsado por un esquema híbrido con dos carrileros largos que aumentaba la superioridad de jugadores en campo contrario y resquebrajaba un armazón tan sólido como suele ser el del Atlético. 

Los del Cholo achicaban aguas como podían, desbordados en las ayudas defensivas para tapar las subidas de Laimer y Angeliño por los costados, o neutralizar a Dani Olmo en la mediapunta. Defender ante un equipo así es muy complicado. Por si fuera poco, el Leipzig no concedió nada al Atlético. Los alemanes exhibieron una salida de balón impecable en todo momento, empezando por Upamecano, y mostraron una gran seguridad en las combinaciones que desgastaba a los atléticos hasta tocar su estado anímico. 

El partido pedía a gritos a Joao Félix, y el Cholo, preso de su ADN conservador, tardó en sacarlo. Tuvo que ponerse el Leipzig por delante para reaccionar, pero la entrada de «o menino» alteró el rumbo del encuentro. El portugués creó espacios desde el principio con sus conducciones y mostró el camino a su equipo. Suya fue la jugada del penalti, suyo fue el gol del empate: había esperanza.

El Atlético acabó mejor, con sensación de poder hacer el segundo, pero unos buenos veinte minutos finales no pudieron contrarrestar la calidad del Leipzig con balón, porque mientras los rojiblancos iban a remolque, los alemanes dirigían la orquesta. Un rebote desafortunado en el último suspiro propició el tanto de Tyler Adams, y con él regresaron los fantasmas de cada año para el Atlético en su competición maldita en la que se vuelve a quedar en el camino. Así es el fútbol. 

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